Solía decir el doctor Folch Camarasa en sus clases de Psicopatología Infantil en la Universidad de Barcelona hace 50 años: “el niño es muy mucho como lo hemos hecho”.
Hoy la neurociencia le sigue dando la razón.
Y los adultos seguimos cometiendo los mismos errores. ¡Cuántas veces nos llegan preocupados los padres y las madres de niños y niñas de 2-3 años que dicen lo que sus padres no quisieran oír!!!
La criatura humana nace muy desvalida pero con una enorme capacidad. No lo sabe todo… y desea aprender.
El niño desea también complacer a sus padres, desea hacer gracia, desea llamar nuestra atención.
Si un niño que empieza a hablar le dice a su padre “tú cállate” y en ese momento, esa expresión dicha por un niño tan pequeño, al abuelo, a la abuela, a la madre o al padre les hace gracia y se ríen; si le ríen la gracia, el niño, que está aprendiendo, habrá entendido que decirle al padre “tú cállate” es gracioso. Y lo habrá aprendido. Y lo volverá a decir.
Pero el niño va creciendo. Y si a los 2 años o a los 3 años, cuando le estemos dando una explicación, el niño nos dice “tú cállate”, no nos hará gracia.
Cuando eso ocurra, ¿cómo vamos a reaccionar?. ¿Nos acordaremos de que se lo hemos enseñado –sin querer- nosotros? ¿O diremos entonces que el niño es malo?
El niño no es malo; el niño ha aprendido lo que –sin querer- le hemos enseñado.
Si al llegar a ese punto somos capaces de reaccionar con honestidad, si reconocemos lo ocurrido, no volveremos a reírnos cuando nos diga “tú cállate”; al contrario, le diremos con toda seriedad, de forma clara y breve: “eso no se dice”.
Pero recordemos que llevamos mucho tiempo –la mitad de la vida del niño- permitiendo que nos dijera “tú cállate”. No será suficiente con enseñarle una vez “eso no se dice”.
Vamos a necesitar constancia y paciencia, mucha paciencia. Nuestra actuación tendrá qus ser clara y coherente…¡Ojo! pero no machacona. No se trata de romper sino de reconducir.
Tenemos que hacer otras actividades con el niño, dedicándole tiempo para jugar y compartir con él o con ella experiencias agradables; conversaremos sobre otros temas, prestándole atención a todo lo que el niño haga bien, a lo que diga bien, a sus muestras de afecto.
Con paciencia y energía; con alegría y cariño, lograremos enseñarle a desaprender lo que –sin querer- le habíamos enseñado.
Porque «el niño es muy mucho como lo hemos hecho».
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